Con esto del referéndum escoces del día de hoy
y más allá de su resultado, el cual me es sumamente distante y ajeno en mi
condición de mexicano residente en Chile, vuelve a mí una reflexión que nace
del hecho de que cualquiera que sea el resultado del referéndum, este
reconocerá una figura que me produce cierto rechazo intelectual.
Quizá uno de los modelos políticos que más me
cuesta entender, no es como cualquiera pudiera suponer, LA DICTADURA, sino que
es la Monarquía. A pesar de que entiendo su origen y evolución, no la puedo
entender en el contexto actual marcado por el surgimiento en 1948 de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos (DDHH).
Hay algo en la Monarquía que me hace pensar que
representa en cierto sentido la visión más arcaica y contraria al
reconocimiento del Artículo 1º de dicha declaración, “Todos los seres humanos nacen
libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y
conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”, al aceptar,
reconocer y aplaudir que una persona por el solo hecho de haber nacido hijo de
una mujer y un hombre específicos, por ese solo hecho, es distinto y superior
al resto de todos los demás mortales.
No entiendo cómo es posible que países de distinta
condición, tanto con un altísimo nivel cultural y desarrollo (Bélgica,
Dinamarca, España, Gran Bretaña, etcétera), como otros muy diferentes (Bután,
Camboya, Lesoto, Toga, etcétera), se ponen al mismo nivel y mantienen como
forma de gobierno este modelo en cierto modo absurdo, discriminatorio y
ridículo. Lo anterior se ve a partir de la sola lectura de quienes aún
mantienen este modelo hoy día, 45 países en total, 4 absolutas, 36 hereditarias
y el resto de otros tipos, en un contexto actual de alrededor de 220 países en
el mundo, de los cuales cerca de 150 en algún momento de su historia pasaron
por dicho modelo, lo que indica que de una forma u otra -muy a pesar de sus defensores,
admiradores y siempre aduladores- es un modelo en proceso de extinción.
Es curioso igualmente ver en quienes justifican
este modelo, cierto resabios de orgullo decimonónico aristócrata rampante, que
en su fuero interno manifiesta un sentido de pertenencia y cercanía con quien
detenta la calidad de monarca, como una forma de sentirse parte de una elite
que en definitiva le es totalmente ajena y le desprecia profundamente desde la
creencia oculta y no confesada públicamente, de ser superior, elegido de Dios -y
obviamente- muy por encima de la plebe que les adora, les reverencia y más aún,
les defiende como el siervo o el esclavo defendía al señor feudal o al amo. POR
FAVOR…!!!
Reflexión que dicho sea de paso, no dice
relación alguna con lo eficaz o eficiente o todo lo contrario de su desempeño (o
por decirlo más exquisita o ignorantemente, su performance) político,
administrativo o moral. Ese tema no tiene nada que ver, el problema es lo
penoso de ver que exista gente que acepte de buen agrado y se sienta orgullosa
de un modelo que lleva implícito reconocer que se es inferior a otro ser humano,
por el solo hecho de haber nacido en una familia distinta, con todas las
implicaciones éticas, morales, sociales, económicas y políticas que esto
significa, y por ende a renunciar a lo irrenunciable según el Artículo 30 de la
misma declaración de los DDHH, que a la letra dice: “Nada en esta Declaración podrá interpretarse en el sentido de que
confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para emprender y
desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de
cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración.”
Ver para creer… y que para los escoceses, mis deseos de que hoy día el
resultado de su referéndum sea lo mejor para ellos, incluyendo a su monarca –inglés-.
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